Shanghai se está hundiendo. Literalmente, la ciudad está cada vez más abajo, mucho más abajo. Se hunde a un promedio de un poco más de un centímetro por año, pero en el 2002 se hundió 2,5 centímetros, lo que se entiende con sólo ver una foto de la zona del Pudong de hace 25 años, casi un arrozal, y ver la misma zona hoy, con algunos de los rascacielos más altos y modernos del mundo.
Aunque las razones del hundimiento prematuro de Shanghai no están sólo en todo lo que se construye hacia arriba, sino en todo lo que se saca de abajo para que sobrevivan los que están arriba.
El Shanghai Geological Research Institute dice que el grueso de la culpa la tiene la sobreexplotación de las reservas de agua que corren debajo de la ciudad.
Por si no fuera poco la amenaza de quedar sumergida debido al aumento del nivel del mar provocado por el cambio climático, las autoridades chinas parecen empeñadas en ayudar a la naturaleza en su afán por hundir la mayor ciudad del país, una jungla de asfalto poblada por casi veinte millones de personas, que produce en torno al 15% de la riqueza del país y por cuyo puerto pasa el 30% de sus exportaciones.
Hace ya un lustro que los científicos alertaron del peligro que provoca el peso de los gigantescos rascacielos que dibujan el espectacular horizonte de la capital económica del Gran Dragón, pero los urbanistas de Shanghai siguen en sus trece. A pesar de que el territorio del centro financiero se hunde entre 1,5 y 2 centímetros al año, tras inaugurar hace unos meses el edificio más alto de China, acaba de comenzar la cimentación de un nuevo coloso de vidrio y acero que se levantará 632 metros sobre el suelo y que, según algunos expertos, acelerará el ritmo del hundimiento.
Hasta ahora, la población celebraba con entusiasmo cada vez que el cielo de su ciudad era horadado un poco más arriba, pero en esta ocasión comienzan a oírse voces en contra de este nuevo proyecto megalómano que, teóricamente, estará terminado en 2014. No sólo porque temen convertirse en la primera ciudad submarina del mundo, sino porque, además, la enorme concentración de edificios está elevando constantemente la temperatura de la ciudad, donde se viven cifras récord cada verano.